lunes, 6 de febrero de 2017

Homo hominis lupus: La supremacía del “homo competitor”


Homo hominis lupus aunque pudiera parecer un hechizo del popular mago Harry Potter, es en realidad una conocida afirmación del filósofo inglés Thomas Hobbes que significa “el hombre es un lobo para el hombre”. Traducido: no te fíes ni de tu sombra, los otros son depredadores lobunos que en el mejor de los casos se pondrán la socorrida piel de cordero para pasar desapercibidos y poder aprovecharse de ti en cuanto bajes la guardia. Así, la sociedad y la convivencia solo son posibles por el miedo a las represalias, ya sean explícitas o implícitas. Las más evidentes son las primeras —los castigos por robo, agresión, etc.— que impiden que el hombre haga lo que en su fondo lobuno anhela: pasar por encima de quien sea para lograr su propósito. Pero también existen represalias más sutiles, como la reputación y la imagen que proyectamos: nadie quiere a priori ser tomado por un desaprensivo violento y egoísta. 

Pero ¿qué tiene que ver esto con nada de lo que vivimos ahora? En mi opinión, la sombra de Hobbes es alargada, y si bien pocos citarían el homo hominis lupus, su espíritu ha calado fuerte en nuestra cultura. Esto se ha concretado en el nacimiento —o más bien en el empoderamiento— de un tipo de hombre, que he tenido a bien denominar “homo competitor”. Se trata de un espécimen con una mentalidad muy individualista, donde el otro es, ante todo, un rival. Su hábitat es el de una carrera continua donde todos corren pero solo brillan y son aplaudidos los primeros. Hay que ser el mejor en clase, en el fútbol, en tocar el oboe, en hablar inglés… aunque en el fondo no importa hacerlo bien en sí, sino que la vara de medir suele ser relativa al resto de personas. Los niños y jóvenes aprenden a esforzarse y a competir, y son reafirmados en esta conducta porque “la vida es complicada” y es necesario estar en las primeras posiciones para tener un buen trabajo, un buen estatus, etc. Esto se traslada de forma exponencial al ámbito laboral, donde los criterios son terriblemente duros y excluyentes: la vida se convierte en un continuo examen, o más bien una carrera, donde lo que importa es llegar el primero, no correr bien. 


Sin embargo, no solo se corre contra los otros, sino lo que es peor, contra modelos idealizados de perfección que nunca son alcanzables. Ideales de belleza o de desarrollo personal son dibujados por la publicidad y la sociedad, y al ser irreales, no se alcanzan, lo que genera frustración. Además, al estar en un clima de total competitividad, el no llegar al nivel daña profundamente la autoimagen y la autoestima. Este ambiente de exigencia competitiva genera comportamientos mezquinos y calculadores, donde poner zancadillas o pisar al otro mientras no se note —recuérdese las represalias implícitas— es el modo más razonable de actuar. 

Pero ¿hay alternativa? Si realmente lo que vale es la ley del más fuerte porque tender la mano al lobo equivale a llevarte un mordisco, ¿qué cabe poner en cuestión? El problema es que no está tan claro que este sea el mejor modo de vivir juntos. La premisa que existe es que todos las relaciones humanas son juegos de suma cero. Los juegos de suma cero son aquellos donde los bienes en juego no son compartibles, es decir, lo que gana uno lo pierde otro. Por ejemplo, repartir una tarta sería un juego de suma cero, lo que se come el otro no me lo como yo. De esta manera, lo único que existiría sería un conjunto bienes individuales por los que hay que pelear (un trozo de tarta, un sitio en el autobús, la aprobación del profesor, un puesto de trabajo, etc.) pero nada más. Si se acepta esto, la opción lobuna parece cuanto menos bastante razonable. 

No obstante, cabe poner en cuestión que solo existan este tipo de bienes: hay bienes que no son individuales y que solo son posibles en común. Un ejemplo sería el fútbol: si todos participamos de él jugando siguiendo las reglas, se crea un bien común que no se puede interpretar únicamente en clave individual. Nadie entendería que es un atropello a la libertad individual no poder darle a la pelota con las manos (excepto el portero) o no poder jugar la pelota fuera de los límites del campo, sino que precisamente eso es lo que posibilita participar de un bien compartido: el juego. Lo mismo ocurre en una relación personal, donde no hay beneficiario único (incluso entendiendo que dicho beneficiario sea rotativo), sino que contribuir y beneficiarse de la relación es un bien simultáneamente para todos los miembros. Por ejemplo, escuchar a un amigo cuando tiene un problema se puede leer como que pierdo un bien individual —mi tiempo— y otro lo gana, pero también se puede entender como que se está contribuyendo a alimentar y perfeccionar un bien que es bien para ambos: la amistad. Esto se puede extrapolar a dos ámbitos muy relevantes a los que se ha hecho referencia: el aula y el mundo laboral. No existen solo bienes individuales como sacar la mejor nota de la clase sino que contribuir a la clase y generar un entorno de crecimiento y enriquecimiento mutuo es participar y hacer posible un bien compartido, un bien común. Lo mismo ocurre con el mundo laboral, cuando se relativizan elementos que en sí mismos son importantes como la productividad, la promoción laboral o el salario, y si dirige la vista a otros elementos como el proyecto que se quiere construir, el entorno interpersonal que sea crea, etc. 


Por tanto, quizá sería saludable reivindicar una alternativa frente al “homo competitor”: el “homo cooperatoribus”, donde el otro no sea rival, sino compañero. Solo así se harían visibles muchos bienes que han quedado escondidos y desvalorizados desde la lógica individualista, puesto que son bienes compartidos, que exceden las categorías de ganador y perdedor. Además, esto es coherente con el valor que cada persona tiene por el mero hecho de serlo, ya que si bien cabe hablar de superioridad e inferioridad en materia de habilidades o resultados de una persona, no cabe hacer lo mismo de la persona en sí misma. Por tanto, si cada persona es un bien incalculable e irrepetible, los bienes verdaderamente humanos serán los que impliquen y beneficien interpersonalmente y no individualmente, porque son los que rebasan las categorías de vencedores y vencidos, que son la esencia del homo competitor"

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