martes, 8 de agosto de 2017

¿Estamos más cerca de lo que pensamos de un apocalipsis zombi? Reflexión sobre la terrible actividad de matar el tiempo

Puede que el título suene un poco alarmista ya que nadie espera realmente ver a la vuelta de la esquina un grupo de seres cual cáscaras humanas más o menos desvencijadas de gustos culinarios muy cercanos a los de Hannibal Lecter. En realidad, yo tampoco lo espero. No obstante, sí que tenemos en el aire una amenaza zombi de otro tipo: la conducta zombi. ¿En qué consiste esta conducta zombi? Precisamente, en una actitud fundamental que es ver la vida como algo que consumir, que fagocitar. Los zombis quieren, literalmente, absorber la vida —no en vano son conocidos por alimentarse a bases de cerebros humanos—, la ven como algo que consumir, algo que hay que gastar. Un zombi no disfruta de la vida sino que la consume desesperadamente, y es por eso por lo que se les considera como muertos en vida más que como seres auténticamente vivos. El zombi es, ante todo, un consumista nato, nunca queda saciado del todo, es una pura ansia. Y como es pura ansia no disfruta, porque toda su vida es ansiar devorar lo vivo pero cuando lo devora sigue ansiando, así que nunca vive propiamente la vida.

Pero ¿qué tiene que ver esta figura de películas y series post-apocalípticas con nuestro modo de vida? Por desgracia, bastante. Nuestra sociedad está montada en un ansia terrible y acuciante de hacer algo con el tiempo. Cada franja de tiempo es diseccionada y asignada a una actividad útil y productiva. Esta es la hora de trabajar, la hora de entrenar a baloncesto, la hora de hacer los deberes, la hora de fregar los platos, etc. Cada uno de nosotros es un ejecutor nato de tiempo, que transforma las horas, minutos y segundos en productos y resultados, que además pueden y son medidos y juzgados. El tiempo solo vale por lo que deja de producido tras de sí, y somos medidos —también por nosotros mismos— por lo que hemos hecho “¿qué tal ha ido la tarde? Bien, he hecho muchos recados y además me ha dado tiempo a ver una película”. Cuenta la cantidad de cosas realizadas, más que la calidad. Un ejemplo dramático de esto se puede encontrar en la película distópica In time (2011), donde el propio tiempo se ha convertido en la moneda de cambio: a partir de una cierta edad, cada persona tiene un contador de tiempo que empieza a correr y si se acaba, la persona muere, por lo que es necesario trabajar y traficar para lograr más tiempo. Si decíamos que el tiempo parece que solo vale por lo que produce, el paso más allá es convertirlo en un producto más. 

Infografía de la película In time (2011)
No obstante, medir el tiempo por los logros obtenidos puede tener cierto sentido en el ámbito académico y laboral, pues es el tiempo de nuestra vida dedicado a construir y producir, pues solo así podemos tener unas estructuras que permitan satisfacer nuestras necesidades. Lo que habría que discutir es si nos hemos “pasado de rosca” y hemos dejado de lado dimensiones muy importantes del estudio y el trabajo, pero esto lo dejo para otro post. Lo que me preocupa, en pleno periodo estival es qué hacemos con el resto del tiempo, el tiempo dedicado al descanso y al ocio. Aquí aparece la —en mi opinión— terrible expresión de matar el tiempo que conecta inevitablemente con el mundo zombi. Se trasladan automáticamente las categorías de la productividad al ámbito del ocio: hay que invertir bien el tiempo que tenemos de no trabajar. Un ser empapado en mayor o menor medida por la conducta zombi se encuentra de repente con un periodo vacío denominado vacaciones que le produce una mezcla de angustia y desconcierto. Por ello, se ve empujado a hacer lo único que sabe hacer con el tiempo: llenarlo de actividades para hacerlo productivo. El objetivo ya no es tanto producir resultados laborables o académicos pero sí producir otro tipo de resultado: la diversión. El gran enemigo es el aburrimiento, es el gran mal del siglo XXI, que obliga a ir con todo el arsenal a por el tiempo para consumirlo, para matarlo. El tiempo libre en el fondo es casi un enemigo pues tiene siempre la sombra del aburrimiento, pues un ser metido en el frenesí productivo tanto tiempo es muy proclive a él. 
De este modo, la vida deja de ser propiamente vida y se convierte en un periodo de tiempo más o menos largo que llenar ansiosamente de actividades productivas. Pero el tiempo y la vida no tienen valor, son solo un medio para producir. Y producir ¿para qué? Esa pregunta queda fuera de la actividad productiva. Sin embargo, es terrible esta conducta zombi, pues sustrae lo más valioso a la vida: la propia vida. Lo que se olvida precisamente es el valor del presente, vivir el momento, que es el único estrictamente real. La palabra sabiduría proviene del latín sapere, de dónde también viene la palabra saborear. El sabio, el que sabe realmente qué hacer con la vida, es el que la saborea, el que se recrea en ella. Igual que no solo se come para nutrirse, sino que se puede disfrutar de ello, el sabio saborea la vida mientras produce. No es un ser vago que no quiere aportar, pero ve más allá del producto. El zombi en cambio no saborea, solo ansía, en un hambre que nunca puede saciar; todo el tiempo que se le pone delante lo quiere matar, aniquilar, porque en el fondo no quiere la vida, le incomoda. Ten cuidado, el apocalipsis zombi está más cerca de lo que parece. Tú que eliges: ¿matar el tiempo o vivirlo? 

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