Aprovechando el reciente 70 aniversario de la gran obra “El Principito” de Antoine de Saint- Exupéry, en esta entrada me gustaría a reflexionar sobre la filosofía y la vida a partir de un texto muy sugerente de esta maravillosa obra:
“—Vete a ver las rosas; comprenderás que la
tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un
secreto.
El principito se fue a ver las
rosas a las que dijo:
—No son nada, ni en nada se
parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie.
Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil
zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas
oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
—Son muy bellas, pero están
vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer
indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se
sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a
la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres
que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse
y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
—Adiós —le dijo.
—Adiós —dijo el zorro—. He aquí
mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver
bien; lo esencial es invisible para los ojos.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo
que tú has perdido con ella
—Es el tiempo que yo he perdido
con ella... —repitió el principito para recordarlo.”
La filosofía no ha perdido el contacto con la gente, es la gente la que ha perdido el contacto con la filosofía. Filosofía, filosofía… pocas palabras han sido tan estiradas, modificadas, reutilizadas y discutidas. Dicen que uno de los grandes problemas de los filósofos es que ni siquiera se ponen de acuerdo en qué es a lo que se dedican.
Filosofía, filosofía… tantos intentos por entenderte y tú siempre tan escurridiza. Muchos han intentado acotarte, delimitarte y definirte, pero nadie lo ha conseguido definitivamente. Filosofía, filosofía… en el fondo desde tu comienzo ya nos habías dado la solución, escondida entre las letras de tu nombre: amor a la sabiduría, amor a la verdad. Parece tan sencillo y tan hermoso al mismo tiempo, algo digno y valioso para el hombre. Pero llega el momento de encajarte en nuestro quehacer diario y se pierde la claridad. Las ciencias tiran de ti para convertirte al credo de la exactitud y el grito del literato y del artista te termina disolviendo en algo que no eres.
Entonces, el sabio no puede ser el que vive en un despacho discutiendo acerca del estatus gnoseológico del condicional, el sabio no puede ser el erudito. El sabio entonces se diluye porque la ciencia no busca sabiduría sino conocimiento en sentido limitado, el sabio es el inteligente. Dicen muchos que la sabiduría siempre fue un intento dogmático, pero ahora ha quedado atrás, hemos comprendido que el saber se alcanza compartimentado y especializando. La sabiduría solo puede caber en un estado de la humanidad. El estado metafísico de Comte ha dejado paso al científico para siempre. El saber es sólo exactitud.
Sin embargo, la sabiduría, el amor a la verdad, se resiste a morir y la encontramos disfrazada en nuestra vida cotidiana. Decimos que es sabio aquel que sabe de la vida, que nos sabe aconsejar. Es el que sabe de lo vital, el que sabe de lo práctico. Cuando tenemos preguntas profundas que la ciencia no puede responder, recurrimos a la religión desligada de la razón, al esoterismo, a los libros de autoayuda, al horóscopo, al misticismo oriental, a los refranes. “Lo esencial es invisible a los ojos” y la ciencia solo utiliza para conocer su mirada inquisitiva, y por eso lo esencial se busca de otras maneras, pero de una forma particular, fragmentada… que no sacia la sed del ser humano.
Filosofía, filosofía… los filósofos en los despachos y los buscadores de sabiduría en las calles. No nos fiamos de las ideas y los filósofos parecen haberse convertido en los técnicos y científicos de las ideas, de las proposiciones, a veces meros arqueólogos del pensamiento de aquellos que ya han muerto. Lo objetivo y lo formal no nos parece verdadera sabiduría y lo subjetivo y personal aislado se termina diluyendo por falta de coherencia y racionalidad. Al final vivimos la vida como podemos, con soluciones parciales y muchas veces superficiales.
La Verdad es objetiva, pero sin el hombre es vacua. Les dice el principito a las rosas “son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes”. Hay que buscar la verdad, lo objetivo, lo que está enfrente (las rosas son bellas), pero únicamente así no se encuentra la sabiduría. En cambio, el principito cuando habla de su rosa dice que “se sabe la más importante de todas […] porque es mi rosa, en fin”. Sabiduría no es conocer las cosas simplemente, sino conocerlas como espíritu, involucrándose y dotando de sentido. Filosofía no es poseer la verdad, sino amor a ella. El hombre no debe conocer fríamente, sino abrazando, anhelando; debe ir a las cosas pero ser capaz de conocer en ellas lo infinito a través de lo finito. Dice San Agustín “si quieres conocer a una persona, no le preguntes por lo que piensa, sino por lo que ama”. Lo propio del hombre como ser espiritual no es analizar y dominar (aunque deba hacerlo) sino conocer trascendiendo la inmediatez de lo conocido.
Filosofía, filosofía… ni en el despacho ni en la calle, te colocaremos en el corazón. Basta de intentar encajarte en esquemas en los que no cabes. Tú, filosofía, tienes tus temas, las preguntas últimas que el hombre como hombre siempre se hará, pero también tú método, que es el conocer anhelante, amante.
Filosofía, filosofía… no eres una carrera, una profesión ni un pasatiempo. Hay gente que te dedica mucho tiempo y avanzan en ese camino enamorado hacia la sabiduría, pero eso no significa que tengan el monopolio ni que eso sea el ejercicio propio y puro de ti. Igual que hay cocineros profesionales pero todos tenemos que cocinar, así eres, filosofía: todos tenemos que alimentar el espíritu con tu búsqueda. A veces es más verdadero un plato sencillo de unos padres a sus hijos que un gran experimento gastronómico de un famoso chef, porque el primero está imbricado en la propia vida y el segundo tiene algo de artificioso y tentativo. De la misma manera, a veces estamos más cerca de ti, filosofía, cuando con palabras sencillas nos preguntamos por el sentido de un acontecimiento cualquiera que cuestiona y remueve nuestra vida, que cuando hacemos un complicado análisis de un texto perdido de un filósofo antiguo y desconocido. Filosofía, filosofía… no bailamos contigo si no ponemos el corazón en la búsqueda.
“Lo que hace importante a tu rosa, es el tiempo que has perdido con ella”, dice el zorro al principito. Somos espíritu en el tiempo, hacemos valiosa la vida dedicándole nuestro tiempo. La Verdad está allí pero debemos conquistarla en una aventura que nos implique, que nos remueva. Esa aventura no es otra cosa que la vida, nuestra vida, la de cada uno. Filosofía, tú no has perdido el contacto con la gente, sino la gente contigo, y al hacerlo, ha perdido el contacto consigo misma y con lo que en el fondo es, espíritu finito con sed de infinito. Filosofía, eres el espejo donde el hombre debe mirarse para salir de sí y abandonar lo superficial, el espejo que muestra al espíritu finito, a la persona, el amor infinito que supera las ambiciones de cualquier búsqueda.
No quiero decir con esto que haya que dejar de buscarte en los despachos, en los artículos, en las revistas… porque tienen su importancia y su valor, pero no pueden ser lo principal, no puede estar el acento ahí. Amar la sabiduría es amar al fin y al cabo, y eso no se puede hacer en abstracto como el conocimiento en sí mismo considerado. Amar se hace siempre en concreto, se hace personalmente, existencialmente, vitalmente.
Debo terminar este ensayo no con mis palabras, sino con las de la obra que lo ha inspirado: “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple : sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”. A todas las personas, cerremos los ojos, abramos el corazón a la Verdad y emprendamos en nuestra vida esa gran aventura que eres, filosofía, porque ser humano es ser un buscador anhelante e incansable de la sabiduría. Repitámoslo con el principito para como él, no olvidarlo: “lo esencial es invisible a los ojos”.
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