jueves, 2 de marzo de 2017

“Te volvería a decir que sí un millón de veces” Filosofando desde la taza del desayuno

Es bueno hacer las cosas que pensamos, por aquella gran verdad que glosa mi admirado filósofo Gabriel Marcel diciendo “quien no vive como piensa termina pensando como vive”. Por eso, en un blog de filosofía donde se reivindica pensar desde la vida, sería una incoherencia no anclar algunas reflexiones en elementos tan cotidianos como puede ser una taza de desayuno. En mi taza del desayuno (no en la de otro, lo de pensar sobre la vida no casa muy bien con la tercera persona) está escrita la siguiente frase: “Te volvería a decir que sí un millón de veces”. Suena inspirador, como tantas de esas frases motivadoras que está de moda poner en objetos como tazas, cuadernos, etc. No obstante, más allá de esta impresión inicial, esta frase encierra una gran verdad: la decisiones importantes no se dejan de tomar nunca.
Esto puede sonar un poco paradójico, quiero decir, las decisiones se toman y ya está ¿no? Decido que voy a estudiar filología alemana, decido ser del Osasuna, decido que voy a ser voluntario en tal asociación, etc. No es que tenga que durar para siempre, pero mientras duran, no hay que “recargarlas”, fueron tomadas y fijadas en un momento determinado. Existe un momento para tomar una decisión y otro para ejecutarla o ser coherente con ella ¿no? De hecho, la frase “te volvería a decir que sí un millón de veces” lo que parece decir es que si volviera a estar en esa decisión, volvería a tomar el mismo camino, es decir, si hipotéticamente vuelvo a ese momento pasado determinado en el que tomé una decisión, mi elección no cambiaría (por ejemplo, no cambiaría la carrera que he estudiado o el club de fútbol al que sigo). 


En mi opinión, esto no es exactamente así. Literalmente la frase parece referirse a eso, pero si se profundiza un poco, creo que lo que nos motiva de ella es algo que va más allá. Lo que en el fondo se sugiere es que esa decisión no está solo en el pasado como algo que tomé sino que está en mí, forma parte de lo que yo soy. Parte de mi ser está comprometido en esa decisión, pero no de una forma pasiva, sino activa. No es que mi yo pasado tomó una decisión que mi yo presente tiene que atender, sino que mi yo presente sigue identificándose con esa decisión; pero no echando la vista atrás y asintiendo fríamente a la decisión tomada en el pasado, sino tomando una y otra vez esa decisión, es decir, actualizándola. Si no, existe el peligro de un fenómeno que yo denominaría extrañeza, que es una falta de reconocimiento en la decisión. Si me comprometí con un voluntariado, puedo seguir compartiendo abstractamente la causa, pero va apareciendo una cierta distancia con ella porque poco a poco la decisión va tornándose más ajena. 

La cuestión es que no hay que vivir “saldando cuentas”, ejecutando lo que una vez se eligió, sino que debe haber una especie de renovación de las promesas, que catapultan la decisión del momento pasado en que se tomó al momento presente, empapando esa opción vital de savia nueva, de autenticidad. Esto es más relevante cuanto más trascendental es lo que se elige. No es demasiado significativo reafirmarse en mi elección de que a la pizza se le puede echar piña —a pesar de que esta cuestión parece poder desatar la III Guerra Mundial— pero sí lo es, por ejemplo, reafirmarse en una vocación profesional. Y aún más cuando la decisión tiene que ver con personas: reafirmar el compromiso con un amigo, con tu pareja o con un chaval a tu cargo (como monitor o educador) es indispensable para que esa relación sea verdaderamente humana.


“Te volvería a decir que sí un millón de veces” además de una buena decoración para una taza de desayuno, despierta en nosotros el interés y la admiración porque está haciendo referencia sutilmente a la capacidad del ser humano de abrazar ciertas opciones no instrumentalmente sino con todo su ser. De vez en cuando debemos pararnos, poner entre paréntesis el pasado —en una especie de epojé práctica— y elegir de nuevo aquellas cosas que dar verdadero significado a nuestra vida, no por lo vivido, sino porque responden a lo más íntimo de nuestro ser.

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