viernes, 13 de enero de 2017

Buscando el paraíso: ¿desde fuera o desde dentro?

En estos últimos meses he tenido la oportunidad de confirmar algo que venía viendo desde hace tiempo: hay en muchas personas ganas de cambiar el mundo, de conseguir que lo que nos rodea sea un poco más justo, más bueno, más bello. Tanto como monitor de tiempo libre como en mi primera experiencia como profesor universitario he encontrado jóvenes con una llama en el corazón, una llama de inquietud e inconformismo, que arde y en su arder busca con pasión caminos y medios para que ese cambio a un mundo mejor sea posible. Aunque siempre hay excepciones, creo que en la mayor parte de las ocasiones no se trata de una mera queja de lo mal que está el mundo, una especie de resentido desencanto que lo ha dado por perdido, sino que late por debajo una cierta esperanza de que no está todo perdido. No siempre es visible, pero un corazón que verdaderamente arde por la injusticia no ha podido perder la esperanza, por más que vea las cosas muy negras. El corazón del que se ha rendido se ha apagado, ha renunciado a pelear porque cree que no hay ningún posibilidad, y como consecuencia, poco a poco ha dejado de sentir como propio el dolor ajeno. Y es que ese fuego que arde en los corazones que he visto arde no por ellos mismos, sino por el sufrimiento de otros. No son meros espectadores que diagnostican problemas, sino que en muchos casos están implicados en ellos, no les resultan ajenos, por eso se sienten impelidos a hacer algo.