Nunca somos del todo nosotros mismos. Nunca. Me dirás “pues yo estoy harto de oír que sea yo mismo, ¿cómo puedes decir qué es imposible lograrlo?”. Es cierto, la lógica de la autenticidad se ha instalado en nuestra sociedad, en gran medida absorbida por el mundo de la publicidad, la cual tiene una sofisticada habilidad en coger realidades humanas profundas y convertirlas en cebo para consumidores despistados —y no tan despistados—. No obstante, es pertinente matizar que esta máxima no es precisamente nueva, pues ya el Oráculo de Delfos recogía este mandato de “conócete a ti mismo”. De hecho, más bien habría que decir que este inconformismo con lo que cada uno somos es una actitud profundamente humana.
Se me ocurría reflexionar sobre este tema por estar en un tiempo —la cuaresma— donde la llamada al cambio, a la transformación personal se agudiza. Esta llamada a la conversión habla de un llegar a ser lo que aún no somos pero de lo cual ya hay cierta semilla en nuestro ser, ya que de otro modo, si el punto de llegada fuera totalmente ajeno, sería imposible recorrer el camino hasta él desde el punto de partida. Esta distancia entre lo que somos en presente y lo que podemos llegar a ser en futuro —y que además de alguna manera sentimos que debemos llegar a ser— es un rasgo que configura lo que significa ser humano. El ser humano es un ser, si se me permite la expresión, en construcción, es un ser en proceso, o mejor, en camino. Dice el filósofo Leonardo Polo que la persona no es sino que será, el tiempo más propiamente humano es el futuro. Por esta razón, podemos hablar del ser humano como proyecto como tarea. Pero es importante no caer en ninguno de los dos extremos que antes se intuían: este llegar a ser no es un determinismo pero tampoco un puro indeterminismo, es decir, nuestro llegar a ser no es un punto de llegada objetivado y determinado, porque implica la libertad. Por otro lado, no se trata de llegar a ser cualquier cosa, porque eso significaría que no hay ni camino, ni llamada, ni proyecto. Hay una semilla en nosotros de lo que estamos llamados a ser, por eso podemos caminar hacia ello, porque de alguna manera forma parte de nosotros, solo que no en presente, sino como telos, como horizonte.
Este último punto es especialmente relevante para conectar con el “sé tú mismo” de la publicidad con el que empezaba este texto. Esta expresión generalmente se enmarca dentro de una concepción de la libertad en sentido negativo, es decir, como ausencia de obstáculo u oposición. En este sentido, llegar a ser nosotros mismos, no es más que quitar barreras y ver qué ocurre; de alguna manera tiene casi un sentido pasivo, automático. Sin embargo, como el llegar a ser es tarea, no es simplemente ausencia de impedimentos, sino que tiene un contenido positivo, que es aquello que debemos alcanzar, aquello en lo que debemos convertirnos. Cada persona es un proyecto lleno de potencialidades y bienes que desplegar y que manifestar, y la tarea es llevarlo a término, no de forma automática sino desde la propia libertad.
Por tanto, nunca somos del todo nosotros mismos, no, y mejor que sea así. La sed que surge de este hecho es el mejor motor para la vida humana. Es radicalmente humano no conformarse, porque siempre hay capacidad de más: de conocer más, de construir más, de amar más, etc. No hay coto para el crecimiento humano y por eso, siempre podemos ser un poco más nosotros mismos. Pero para eso hay que ponerse en camino, hay que estar dispuesto a cambiar hacia el proyecto que cada uno somos ¿te atreves?
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