Un mes. Solo un mes. Es el tiempo que queda hasta el gran día, el día de mi boda. Tantos preparativos, tantas ideas y momentos ilusionantes, tantos quebraderos de cabeza, etc., y ya está aquí. Un paso de los importantes, de los que marcan una vida. Una apuesta de all-in, una aventura que se inicia quemando los barcos, una promesa de eternidad. Ante todo esto, la gran pregunta a la que quiero dar una modesta respuesta y compartirla con vosotros: ¿por qué me caso? Por dos razones: porque quiero y porque me llama.
Blog de filosofía que pretende reivindicar el valor de la persona humana y la necesidad de recuperar una visión integral del ser humano y de la realidad.
jueves, 31 de agosto de 2017
martes, 8 de agosto de 2017
¿Estamos más cerca de lo que pensamos de un apocalipsis zombi? Reflexión sobre la terrible actividad de matar el tiempo
Puede que el título suene un poco alarmista ya que nadie espera realmente ver a la vuelta de la esquina un grupo de seres cual cáscaras humanas más o menos desvencijadas de gustos culinarios muy cercanos a los de Hannibal Lecter. En realidad, yo tampoco lo espero. No obstante, sí que tenemos en el aire una amenaza zombi de otro tipo: la conducta zombi. ¿En qué consiste esta conducta zombi? Precisamente, en una actitud fundamental que es ver la vida como algo que consumir, que fagocitar. Los zombis quieren, literalmente, absorber la vida —no en vano son conocidos por alimentarse a bases de cerebros humanos—, la ven como algo que consumir, algo que hay que gastar. Un zombi no disfruta de la vida sino que la consume desesperadamente, y es por eso por lo que se les considera como muertos en vida más que como seres auténticamente vivos. El zombi es, ante todo, un consumista nato, nunca queda saciado del todo, es una pura ansia. Y como es pura ansia no disfruta, porque toda su vida es ansiar devorar lo vivo pero cuando lo devora sigue ansiando, así que nunca vive propiamente la vida.
lunes, 10 de julio de 2017
El secreto de la vida es entregarla
Esta entrada nace de una experiencia que me ha marcado profundamente: los días que he pasado en el barrio de Nazaret en Valencia realizando un campo de trabajo con niños en el Colegio de Nuestra Señora de los Desamparados del 1 al 8 de julio de 2017. Allí, la mitad del día consistía en acompañar a cerca de noventa niños y niñas de tres a doce años: comenzábamos dando de desayunar a aquellos que lo necesitaban, después un rato de apoyo escolar, talleres y juegos, guerra de agua y para finalizar, dábamos de comer a aquellos que tenían necesidad de ello. Se puede decir sin exagerar, que la situación de estos niños es de la más difíciles que yo he conocido: muchas familias rotas o desaparecidas, drogas (consumo y tráfico), maltrato, abandono, pobreza y otros muchos factores hacían que estas personas de solo unos años de vida hubieran sufrido más que lo que cualquiera de los que fuimos ahí como voluntarios. Sin embargo, lo que se respiraba en ese colegio no era amargura y dolor, sino un profundo amor. Los abrazos y las expresiones de cariño eran continuas y de una intensidad que desarmaba el corazón más parapetado. Son miles las experiencias y situaciones vividas en esos días y son imposibles de transmitir no ya todas en su conjunto, sino ni siquiera solo una de ellas con un mínimo de lo que supuso al vivirla, pero me gustaría mostrar algunos retazos de estas vivencias, para iluminar lo más importante que yo aprendí allí.
jueves, 27 de abril de 2017
Soy libre cuando amo
Creado por Marco Nabi / Animado por Rexisky (tomado de Art is a way of survival) |
La semana pasada tuve la ocasión de compartir con los alumnos de segundo curso del Grado en Filosofía de la Universidad de Navarra una sesión. El profesor Jaime Nubiola me invitó a hablarles sobre tecnología y humanidad, en concreto sobre cómo nos afecta la tecnología. Sin embargo, no es de eso de lo que quiero hablar en este post. El origen del post es una pregunta que me lanzó el profesor Nubiola: ¿cómo afecta la tecnología a nuestra libertad: la potencia o la limita? Tuve que decir que no tenía una respuesta corta que ofrecer, y como el tiempo apremiaba, no hubo ocasión para una respuesta larga. No obstante, al momento brotó en mí como un grito rebelde una respuesta corta y contundente, si bien algo desconectada de la pregunta (al menos en apariencia): “soy libre cuando amo”.
miércoles, 12 de abril de 2017
Nunca somos del todo nosotros mismos: un poco de antropología cuaresmal
Nunca somos del todo nosotros mismos. Nunca. Me dirás “pues yo estoy harto de oír que sea yo mismo, ¿cómo puedes decir qué es imposible lograrlo?”. Es cierto, la lógica de la autenticidad se ha instalado en nuestra sociedad, en gran medida absorbida por el mundo de la publicidad, la cual tiene una sofisticada habilidad en coger realidades humanas profundas y convertirlas en cebo para consumidores despistados —y no tan despistados—. No obstante, es pertinente matizar que esta máxima no es precisamente nueva, pues ya el Oráculo de Delfos recogía este mandato de “conócete a ti mismo”. De hecho, más bien habría que decir que este inconformismo con lo que cada uno somos es una actitud profundamente humana.
jueves, 2 de marzo de 2017
“Te volvería a decir que sí un millón de veces” Filosofando desde la taza del desayuno
Es bueno hacer las cosas que pensamos, por aquella gran verdad que glosa mi admirado filósofo Gabriel Marcel diciendo “quien no vive como piensa termina pensando como vive”. Por eso, en un blog de filosofía donde se reivindica pensar desde la vida, sería una incoherencia no anclar algunas reflexiones en elementos tan cotidianos como puede ser una taza de desayuno. En mi taza del desayuno (no en la de otro, lo de pensar sobre la vida no casa muy bien con la tercera persona) está escrita la siguiente frase: “Te volvería a decir que sí un millón de veces”. Suena inspirador, como tantas de esas frases motivadoras que está de moda poner en objetos como tazas, cuadernos, etc. No obstante, más allá de esta impresión inicial, esta frase encierra una gran verdad: la decisiones importantes no se dejan de tomar nunca.
lunes, 6 de febrero de 2017
Homo hominis lupus: La supremacía del “homo competitor”
Homo hominis lupus aunque pudiera parecer un hechizo del popular mago Harry Potter, es en realidad una conocida afirmación del filósofo inglés Thomas Hobbes que significa “el hombre es un lobo para el hombre”. Traducido: no te fíes ni de tu sombra, los otros son depredadores lobunos que en el mejor de los casos se pondrán la socorrida piel de cordero para pasar desapercibidos y poder aprovecharse de ti en cuanto bajes la guardia. Así, la sociedad y la convivencia solo son posibles por el miedo a las represalias, ya sean explícitas o implícitas. Las más evidentes son las primeras —los castigos por robo, agresión, etc.— que impiden que el hombre haga lo que en su fondo lobuno anhela: pasar por encima de quien sea para lograr su propósito. Pero también existen represalias más sutiles, como la reputación y la imagen que proyectamos: nadie quiere a priori ser tomado por un desaprensivo violento y egoísta.
viernes, 13 de enero de 2017
Buscando el paraíso: ¿desde fuera o desde dentro?
En estos últimos meses he tenido la oportunidad de confirmar algo que venía viendo desde hace tiempo: hay en muchas personas ganas de cambiar el mundo, de conseguir que lo que nos rodea sea un poco más justo, más bueno, más bello. Tanto como monitor de tiempo libre como en mi primera experiencia como profesor universitario he encontrado jóvenes con una llama en el corazón, una llama de inquietud e inconformismo, que arde y en su arder busca con pasión caminos y medios para que ese cambio a un mundo mejor sea posible. Aunque siempre hay excepciones, creo que en la mayor parte de las ocasiones no se trata de una mera queja de lo mal que está el mundo, una especie de resentido desencanto que lo ha dado por perdido, sino que late por debajo una cierta esperanza de que no está todo perdido. No siempre es visible, pero un corazón que verdaderamente arde por la injusticia no ha podido perder la esperanza, por más que vea las cosas muy negras. El corazón del que se ha rendido se ha apagado, ha renunciado a pelear porque cree que no hay ningún posibilidad, y como consecuencia, poco a poco ha dejado de sentir como propio el dolor ajeno. Y es que ese fuego que arde en los corazones que he visto arde no por ellos mismos, sino por el sufrimiento de otros. No son meros espectadores que diagnostican problemas, sino que en muchos casos están implicados en ellos, no les resultan ajenos, por eso se sienten impelidos a hacer algo.
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